LA FUERZA DE LA EUCARISTÍA
Objetivo:
Renovar nuestro amor por el Santísimo Sacramento, analizando la historia de un niño
mártir ocurrido hace mucho tiempo, pero que hoy nos hace reflexionar ante esta celebración
del Cuerpo y la Sangre de Cristo ¿Qué tan grande y real es mi amor y devoción
por la Eucaristía?
Taller:
ü
Hacer la lectura con fe y devoción,
resaltando los detalles del texto frente al amor por la Eucaristía
ü
Completa el cuadro de profundización
ü
Construir un poema en honor a Nuestro
Señor Sacramentado
UN
MÁRTIR MEJICANO
(Del libro
Fulgores de Eucaristía – Santiago María Viña)
Lo que
os voy a referir no es ninguna piadosa leyenda, sino un hecho histórico, que no
dejó de estremecer de espanto, a un mismo tiempo y de ternura, las rotativas de
todo el mundo.
Según
es sabido, se había desatado sobre México, como deshecha tempestad, aquella
persecución religiosa, que lo anegó en sangre, bajo la tiranía de aquel Nerón
de los tiempos modernos, llamado Elías Calles.
Pero
también, como en los tiempos de las persecuciones romanas, se convirtieron en
templos los sótanos de la penitenciaría mejicana, en cuyas bóvedas no cesaban
de resonar los cánticos religiosos al compás de las más ardientes plegarias.
Entre
los condenados a la última pena se hallaba el señor Betanzos, que, antes de
renegar de su fe, prefirió dejar en casa lo mejor de su corazón: su joven
esposa y su hijo queridísimo.
No son
precisamente estas prisiones unas mazmorras sumidas en las tinieblas y llenas
de alimañas, sino más bien unas moradas de lujo tentador, en las que cada uno
aguarda incomunicado, la arbitraria determinación de la tiranía.
Un
amigo y compañero de negocios del señor Betanzos ora, tabique por medio, percibiéndose
muy bien todos sus rezos y suspiros. De pronto, se oyen dentro, unas frases
confusas y altaneras; y hasta se escucha algún insulto impío.
Sigue
después un silencio profundo… Sin duda que la muerte vino a dejar allí un lugar
vacío, y a coronar con laureles a un héroe de la cruz. Un presentimiento
sobrenatural le hace ver al señor Betanzos que su fin se acerca, y se acoge a
la oración.
Entre
tanto cruza su morada una ráfaga desconocida de espanto y frío… La mujer llora…
El ángel, su único hijo, la acaricia y le pretende consolar. Es la plegaria del
padre, que, agitándose sutil en el ambiente, les avisa de su peligro.
Cae la
tarde. Betanzos oye pasos por delante de su prisión. Muchos ha oído, sin que
jamás le hubieran interesado; pero estos pasos los oye sobre el corazón. ¿Es
Dios que viene? ¿Es la justicia humana que se aproxima?
No; es
una joven su fiel sirvienta, que avanza cautelosa hacia su prisión, para
enterarse de todo, como quien no se entera de nada.
Betanzos
la divisa: desde la ventana entreabierta le hace señas de que se acerque; y con todo el disimulo
posible le arroja un papelito muy plegado, en que, en resumen, viene a decirle:
“Que me manden la Comunión: necesito fuerzas para morir.”
Horrorizada
y estremecida, corre ella al punto al domicilio de su señora; y no es difícil
imaginar la escena que allí se desarrolla.
La
angustiada esposa cae de rodillas. Por una parte desearía acompañar ella
también a su esposo en el martirio; por otra, comprende que se debe toda a su
adorado hijito, y, estrechándole entre sus brazos, llora en silencio.
Precisamente
iba a hacer el niño su primera comunión al día siguiente y ya está todo
dispuesto para la fiesta, que se ha de celebrar, a ocultas, en su casa. La
ocasión no puede ser más propicia.
Su
Director espiritual le recuerda los momentos difíciles de las catacumbas, y
cree oportuno que sea el mismo niño quien cumpla la misión divina de llevar la
Sagrada Eucaristía a su querido papá.
Amaneció
por fin el día. En el improvisado oratorio todo es recogimiento y devoción. Se
ha celebrado el Santo sacrificio, y el sacerdote, con la voz entrecortada por
la emoción y apagada por la prudencia, dirigió a los concurrentes algunas
palabras, que los dejaron sumisos en un mar de lágrimas.
Luego
comulgó por primera vez el niño de Betanzos, quedando convertido en un tabernáculo
viviente del Señor.
Acto
seguido, tomó el sacerdote la Sagrada Hostia; la envolvió en un paño de lino
finísimo y perfumado; le dio muchos dobleces, y la escondió en el pecho
inmaculado de aquel ángel, que convertido en nuevo Tarsicio, va a llevar al
mártir el Pan de Vida.
Sale
el niño a la calle y se encamina a la prisión, con paso agitado, nervioso y menudito, como
quien no se atreve a correr por la misión que lleva; pero, como quien quisiera
volar para llegar a tiempo.
Al
tocar a los umbrales de la penitenciaría, le cierran el paso unos sayones
disfrazados de caballeros, y algunos guardias, que infestan el ambiente con
chocarrerías groseras.
Al ver
el niño, el más autorizado le increpa: - ¿Adónde vas tú?...
– Quiero – contesta – decir el último adiós a
mi padre… Y sin más ceremonias pasa adelante, temeroso de que descubran su
secreto. Al llegar al interior, cae en poder de los guardianes de los presos
que, desempeñaban su misión con la brutalidad de cancerberos.
¿A
dónde, vas chiquillo? – le dicen.
– A
decir adiós a mi papá – contesta nuevamente… y pronunciando unas cuantas
palabras soeces y sacrílegas registran minuciosamente al angelito que tiembla
entre aquellas garras como la tórtola entre las uñas del azor.
De
pronto exhaló un ¡ay! agudo y lastimero.
Había sentido una fuerte punzada en la muñeca.
-¿Qué te quejas tú, si no ha
sido nada? - Le dicen empujándole hacia dentro - No fue más que para ver tu
valentía.
El
niño se abraza con su papá y le dice: - no perdamos tiempo, ¡Qué horror!, ¡lo
que me han hecho esos hombres!
Toma
la comunión, papá. Cae éste de rodillas; despliega presuroso el lienzo
blanquísimo y comulga…
El
niño exhala unos quejidos lastimeros, mezclados con el nombre de Jesús…, y se
desploma exánime en los brazos de su padre… Le habían inoculado un veneno
violentísimo con la punzada.
El
señor Betanzos ora, sin soltar los despojos de su ángel.
En los cielos tocan a gloria por
la llegada de otro Tarsicio, mientras en la tierra ruge más furiosa la
tempestad.
¡Dios no muere! El Sagrario es
la fuente de Vida.
CUADRO
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