Newsletter # 3
¿QUÉ ES LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN? Parte I
OBJETIVO: Descubrir el verdadero sentido de la dimensión
social de la evangelización como el corazón del Evangelio y su fundamento en el
magisterio de la Iglesia, profundizando en el llamado a una experiencia
cristiana generadora de transformación social.
FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA: Mateo 25,40
«Lo que
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí».
MAGISTERIO DE LA IGLESIA: Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium. Capítulo 4.
Introducción
Este es el documento que pone de manifiesto el
verdadero y único sentido de la hoy llamada Dimensión Social de la
Evangelización o anteriormente denominada Pastoral Social.
En el capítulo 4 se invita a una reflexión
profunda desde el kerigma, la inclusión social de los pobres, el bien común, la
paz y el diálogo social como contribución a ésta.
A lo largo de estos pequeños diálogos, iremos
descubriendo la profundidad de cada uno de los temas y dejaremos pequeños
ejercicios para vivir una presencia evangelizadora con compromiso social en
donde quiera que nos encontremos: trabajo, estudio, familia, confinamiento.
Recordemos que evangelizar es traer el Reino de
Dios en medio de los hombres. Por lo tanto, al tratar de dar un concepto a
esta realidad dinámica, rica y compleja se corre el riesgo de fraccionarla, es
posible empobrecerla e incluso mutilarla, por tal razón si no se entiende
claramente la Dimensión Social de la Evangelización, es probable desfigurar el
sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora.
I. Las repercusiones comunitarias y sociales del
kerigma.
El Kerigma tiene un contenido ineludiblemente
social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el
compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata
repercusión moral cuyo centro es la caridad.
Confesión de fe y compromiso
social.
Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada
ser humano implica descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita».
Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada
persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio
su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin
límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social
porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también
las relaciones sociales entre los hombres». Confesar que el Espíritu Santo
actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana
y todos los vínculos sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita,
propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos
humanos, incluso los más complejos e impenetrables». La evangelización procura
cooperar también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de
la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por
lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del
Evangelio
reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización
y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda
acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse
amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la
vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear,
buscar y cuidar el bien de los demás.
Esta inseparable conexión entre la recepción del
anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno está expresada en algunos textos
de las Escrituras que conviene considerar y meditar detenidamente para extraer
de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos
acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que
tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades. ¡Qué
peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el
asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad
y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente
prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que
hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida con que
midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros:
«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis
juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados;
dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38).
Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí
hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan
toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de
crecimiento espiritual en respuesta a la donación absolutamente gratuita de
Dios. Por eso mismo «el servicio de la caridad es también una dimensión
constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia
esencia». Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente
de esa naturaleza la caridad
efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.
El Reino que nos reclama
Leyendo las Escrituras queda por demás claro que
la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios.
Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de
pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual
podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes
sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf.
Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él
logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de
justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la
experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos
su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás
vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de
su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de
los cielos!» (Mt 10,7).
El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo
toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI
proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el
hombre». Sabemos que «la evangelización no sería completa si no tuviera en
cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece
entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre». Se trata
del criterio de universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el
Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en
«recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo
jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad
la Buena Noticia a toda la creación» (Mc. 16,15), porque «toda la creación
espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm. 8,19). Toda la
creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera
que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una
destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la
existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos
los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño». La verdadera
esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.
La enseñanza de la Iglesia sobre
cuestiones sociales
Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones
contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto
de discusión, pero no podemos evitar ser concretos —sin pretender entrar en
detalles— para que los grandes principios sociales no se queden en meras
generalidades que no interpelan a nadie. Hace falta sacar sus consecuencias
prácticas para que «puedan incidir eficazmente también en las complejas
situaciones actuales». Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias,
tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de
las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción
integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe
recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el
cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos
también en esta tierra, aunque estén llamados a la
plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1
Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión
cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y
a la obtención del bien común».
Por consiguiente, nadie puede exigirnos que
releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia
alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las
instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que
afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el
mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no
podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista—
siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores,
de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico
planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con
todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y
fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien
«el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la
política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la
justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a
preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el
pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta
una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de
esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el
propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias
y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en
el ámbito práctico».
Éste no es un documento social, y para reflexionar
acerca de esos diversos temas tenemos un instrumento muy adecuado en el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuyo uso y estudio recomiendo
vivamente. Además, ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación
de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas
contemporáneos. Puedo repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI:
«Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra
única, como también proponer una solución con valor universal. No es éste
nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades
cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país».
REFLEXIÓN PERSONAL
1.
¿Para
ti qué es Kerigma?
2.
¿Qué
relación crees que existe entre fe y acción?
3.
¿Qué
es la promoción humana? ¿Cómo la fomentas desde tu campo apostólico parroquial?
4.
¿Cómo
se puede fortalecer, en nuestras parroquias, el sentido integral de la
evangelización?
5.
Luego
de esta pequeña lectura, ¿cuál será tu compromiso como seguidor de Jesús?
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