miércoles, 2 de diciembre de 2020

 OBJETIVOS PARA UN LAICADO EN SALIDA

 Devotos Procesión Fe - Foto gratis en Pixabay

 

El Concilio Vaticano II, en la carta magna del laicado, el Decreto Apostolicam actuositatem, situaba como una urgencia de nuestros tiempos la participación de los fieles laicos en la misión de la Iglesia: “Nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio… Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana” (AA, n. 1).

El papa Francisco está invitando constantemente a que, en una Iglesia en salida (EG 20), tengamos también un laicado en salida. Unos laicos bien formados, maduros, animados por una fe sincera y límpida, cuya existencia haya sido tocada por el encuentro personal con Cristo Jesús.

Ante la celebración del próximo Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, he dedicado un tiempo a pensar en algunos objetivos de salida que, con urgencia, deberían emprender nuestros laicos, sean asociados o no. De los muchos que se me han ocurrido he ido seleccionando algunos que me parecen más importantes. Me he quedado con los siguientes:

 

1 – Salida para el acompañamiento personal

Puesto que una epidemia que hoy nos está abrumando es la de la soledad, me parece que la primera salida que se ha de hacer es aquella que busca personalmente a los que andan abandonados, desorientados, tristes… El acompañamiento personal se hace urgente en esta situación. El Papa Francisco, en Evangelii gaudium, lo tiene en cuenta: “Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír… de ahí que haga falta «una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio». Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia”. ¿Lo hacemos? ¿Lo haremos? Al menos, ¿lo intentaremos?

 

2 - Salida para la promoción del perdón y la reconciliación

Por desgracia, no solamente nos complica la vida la soledad, sino que hay algo peor como es el enfrentamiento y la agresividad. Los medios de comunicación nos dan cuenta cada día de las discusiones y peleas a todos los niveles. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia nos invita a ser promotores de paz mediante el perdón y la reconciliación: “La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación. No es fácil perdonar a la vista de las consecuencias de la guerra y de los conflictos, porque la violencia, especialmente cuando llega «hasta los límites de lo inhumano y de la aflicción», deja siempre como herencia una pesada carga de dolor, que sólo puede aliviarse mediante una reflexión profunda, leal, valiente y común entre los contendientes, capaz de afrontar las dificultades del presente con una actitud purificada por el arrepentimiento. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido”. Que al menos en nuestro hogar tengamos la fiesta en paz.

 

3 – Salida para la defensa de la verdad

Una niebla que oscurece nuestros días se debe a la plaga de las “fake news” o mentiras falsas. Otros hablan de la actualidad de la “pos-verdad”. ¿No habrá manera de defender la verdad en este contexto? Tras estas palabras tan modernas se esconde un problema antiguo. El laico Georges Bernanos, en El escándalo de la verdad que escribió en Brasil, y dirigiéndose a los jóvenes franceses, dijo: “Espero que unos jóvenes cristianos franceses hagan entre ellos, de una vez para siempre, el juramento de no mentir jamás, incluso y sobre todo, de no mentirle al adversario, de no mentir nunca, bajo ningún pretexto, y menos aún, si es posible, bajo el pretexto de servir a unos prestigios a los que nada compromete tanto como la mentira. A eso hemos llegado. No basta ya con decir: Soy cristiano. Hay que decir: Soy un cristiano que no miente, ni siquiera por omisión, que da la verdad toda entera, sin mutilarla. Que esta nueva caballería empiece por salvar el honor. Y puesto que hasta esta palabra ha perdido su sentido, que empiece por salvar el honor del Honor”. ¿No podemos pedir a nuestro laicado que emprenda una campaña enérgica contra la mentira para defender la verdad?

 

4 – Salida al campo de la educación

Tampoco es nuevo el problema de los sistemas educativos. ¡Y es bien conocido la trascendencia social que tiene la educación de nuestro niños y jóvenes! ¡Hace años se daban algunas claves para favorecer la buena educación! Recuerdo unas palabras templadas y lúcidas del laico Alexis Carrel (Nobel de Medicina en 1912) en su obra La incógnita del hombre: “La renovación de la educación es realizable sin modificar demasiado la escuela. Sin embargo, el valor que atribuimos a esta última debe cambiar. Sabemos que los seres humanos, como individuos que son, no pueden ser educados en masa; que la escuela no es capaz de reemplazar la educación individual dada por los padres. Los profesores llenan a menudo en forma satisfactoria su papel intelectual. Pero es indispensable además desarrollar las actividades morales, estéticas y religiosas del niño. Los padres tienen en la educación una función que no pueden abdicar, para la cual deben estar preparados”. La presencia, activa y permanente de los laicos en la escuela es fundamental y decisiva.

 

5 - Salida para la defensa de la familia, sanada y sanadora

Junto a la educación, los laicos tienen que cuidar con esmero a la familia. Y concretamente a la familia tal como sale de las manos del Creador y que está sanada de ideologías y está dispuesta a sanar todas las heridas de sus miembros y vecinos. La Conferencia Episcopal Española, para la Jornada de la Sagrada Familia de 2017, escribió: “La familia, como Iglesia en miniatura, está llamada hoy más que nunca a ser posada en el que las personas heridas puedan recuperar la salud. De este modo el poder curativo y sanador de Jesús ha de llegar a muchas personas heridas en sus vínculos y relaciones familiares. La acción del Samaritano se compone de diferentes momentos: se acerca, venda las heridas, les echa aceite y vino, le levanta y monta en su cabalgadura, lo conduce a una posada y lo cuida (Lc 10, 34). La secuencia de los diferentes actos que realiza indica el singular valor de la temporalidad para la acción humana. Así también la familia ha de aprender a vivir la temporalidad de toda actividad terapéutica”. ¿Nuestras familias están sanas? ¿Son sanadoras?

 

6 – Salida frente a la ideología de género

Todo el laicado, todas las familias, han de ponerse en pie para erradicar cuanto antes la droga de la ideología de género, antes de que sea demasiado tarde. Aunque se disculpa y esconde tras buenas intenciones, no es inocente. Su poder es hoy apoyado por grupos de presión, multinacionales interesadas y paridos políticos al margen, y aún en contra, de toda visión trascendente. La Conferencia Episcopal Española, en La verdad del amor humano, tras un estudio detallado de esta ideología y mostrándonos su sombra alargada, 3 nos invita a salir a la defensa de la auténtica vida familiar y la dignidad de la persona: “El camino primero e imprescindible para salir al paso de las consecuencias de esta ideología de género, tan contrarias a la dignidad de las personas, será el testimonio de un amor humano verdadero vivido en una sexualidad integrada. Una tarea que, siendo propia y personal de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, corresponde de un modo muy particular a los matrimonios y familias. Porque son ellos, sobre todo, los que, con el testimonio de sus vidas, harán creíbles a quienes les contemplan la belleza del amor que viven y les une”. Los laicos han de cuidar y ejercer una educación afectivo-sexual en todos los ambientes.

 

7 - Salida hacia las periferias existenciales

Por último, y como resumen de todo lo anterior, creo que el laicado en pleno, junto a todos los hombres de buena voluntad, ha de salir por todas las periferias existenciales. Son importantes en este sentido las palabras pronunciadas por el papa Francisco con motivo de la Asamblea del Pontificio Consejo para los Laicos (17.VI. 2016): “Necesitamos laicos que se arriesguen, que se ensucien las manos, que no tengan miedo de equivocarse, que salgan adelante. Necesitamos laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida. Y se lo he dicho a los jóvenes: necesitamos laicos con el sabor de la experiencia de la vida, que se atrevan a soñar. Hoy es el tiempo en que los jóvenes necesitan los sueños de los ancianos¨. Y termino con las palabras de otro laico. Un laico comprometido con su fe. Político, alcalde en la ciudad de Florencia, Giorgio La Pira, del que dijo Gorvachov: “Estoy de acuerdo con La Pira en la convicción de que no puede haber política sin cultura y sin moral. Él añade también a esto la fe cristiana y la oración que consideró verdaderamente como un hecho político”. Pues bien, el alcalde La Pira ha animado el compromiso de todo cristiano laico: “Nuestro plan de santificación es desconcertante: muchos creen que basta el muro silencioso de la oración y de la fuerza interior. Pero no es así. Tenemos que comprometernos con la realidad para comprender las palabras de Jesús: Sufrirán tribulaciones… Toma tu cruz y sígueme... No basta una actitud interior, es imperioso que la vida se construya a través de los canales externos que la hacen circular por la ciudad del hombre. Hay que transformar la sociedad” (L’anima di un apostolo, Milano 1932). Él nos ha hablado y nos ha dado ejemplo.

 

Florentino Gutiérrez Sánchez. Sacerdote

www.semillacristiana.com

Salamanca, 9 de mayo de 2018

miércoles, 30 de septiembre de 2020

NL 20 MENSAJE PAPA FRANCISCO JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2020

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2020

 

«Aquí estoy, mándame» (Is 6,8)

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre de 2019. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

 

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos» (Meditación en la Plaza San Pedro, 27 marzo 2020). Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

 

En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.

 

«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.

 

Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios. La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc 23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo. La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

 

La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia.

 

Preguntémonos:

 

Ø  ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días?

 

Ø  ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia?

 

Ø  ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.

 

 

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

 

La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.

 

Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.

Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, Solemnidad de Pentecostés.

Francisco

miércoles, 23 de septiembre de 2020

NL 19 SAMARITANUS BONUS

 TEMA: PASTORAL PROVIDA – LA EUTANASIA


 

Carta Samaritanus bonus de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida.

 OBJETIVO: Conocer y estudiar el documento generado por el papa Francisco fomentando el cuidado de la vida especialmente en aquellas personas que se encuentran en fases terminales o cuidados paliativos. 

 FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA: Lc 10, 30-37

Jesús le contestó:

—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes te lo pagaré a la vuelta. ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?

Contestó:

—El que lo trató con misericordia.

Y Jesús le dijo:

—Ve y haz tú lo mismo.

El Buen Samaritano que deja su camino para socorrer al hombre enfermo. En esta imagen de Jesucristo que encuentra al hombre necesitado de salvación y cuida de sus heridas y su dolor con «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza» Él es el médico de las almas y de los cuerpos y «el testigo fiel» (Ap 3, 14) de la presencia salvífica de Dios en el mundo. Pero, ¿cómo concretar hoy este mensaje? ¿Cómo traducirlo en una capacidad de acompañamiento de la persona enferma en las fases terminales de la vida de manera que se le ayude respetando y promoviendo siempre su inalienable dignidad humana, su llamada a la santidad y, por tanto, el valor supremo de su misma existencia?

 Introducción.

Estamos ante una medicina y una tecnológia que han evolucionado propiciando mejoras en la prestación de servicios salud a los pacientes que se encuentran en fases terminales o en cuidados paliativos, pero al mismo tiempo, nos encontramos en un proceso lento y disimulado de deshumanización, como el papa mismo lo afirma, se está promoviendo la cultura del descarte no solamente con las cosas sino con las personas, el cual es sentido utilitarista. El que no produce o no aporta es desechado. La pérdida del sentido de la vida se va expandiendo cada vez más, el sentido de lo trascendente y la vida eterna, no existe.

 

El dolor y la muerte, de hecho, no pueden ser los criterios últimos que midan la dignidad humana, que es propia de cada persona, por el solo hecho de ser un “ser humano”.

El documento al cual se hace referencia en esta formación, intenta iluminar a los pastores y a los fieles en sus preocupaciones y en sus dudas acerca de la atención médica, espiritual y pastoral debida a los enfermos en las fases críticas y terminales de la vida. El cristiano está llamado a dar testimonio junto al enfermo y transformarse en “comunidad sanadora” para que el deseo de Jesús, que todos sean una sola carne, a partir de los más débiles y vulnerables, se lleve a cabo de manera concreta. Se percibe en todas partes, de hecho, la necesidad de una aclaración moral y de una orientación práctica sobre cómo asistir a estas personas, ya que «es necesaria una unidad de doctrina y praxis» respecto a un tema tan delicado, que afecta a los enfermos más débiles en las etapas más delicadas y decisivas de la vida de una persona.

 

1.     Hacerse cargo del prójimo.

El sufrimiento no tiene ningún sentido si lo vemos desde la visión netamente humana, porque en el sufrimiento está contenida la grandeza de un misterio específico que solo la Revelación de Dios nos puede desvelar.

Por otra parte, el personal sanitario ha recibido la misión de ser el custodio de la vida de los más débiles y enfermos, por tanto, debe buscar los medios para fortalecerlo y apasiguar de alguna manera la enfermedad que lo aqueja, no solamente en el campo físico sino a nivel integral. Este acompañamiento no puede reducirse a la capacidad de curar al enfermo, debe ampliar su horizonte a lo moral y también cuando la curación es imposible o improbable, el acompañamiento pleno es (psicológico y espiritual) un deber ineludible, porque de lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo. Ejercitar la responsabilidad hacia la persona enferma, significa asegurarle el cuidado hasta el final: curar si es posible, cuidar siempre.

 

2.     La experiencia viviente del Cristo sufriente y el anuncio de la esperanza.

 

El Cristo sufriente, su agonía en la Cruz y su Resurrección, son los espacios en los que se manifiesta la cercanía del Dios hecho hombre en las múltiples formas de la angustia y del dolor, que pueden golpear a los enfermos y sus familiares, durante las largas jornadas de la enfermedad y en el final de la vida.

Pero el peso de la cruz que Jesús llevaba, es en el enfermo el peso de su enfermedad, el dolor, las incomodidades, los medicamentos, el estar postrado, esa es la carga y quien la ha vivido de la misma manera ha sido Jesús, pero no solo esto, el dejar a los seres queridos, a quienes se les ha amado toda la vida, existe tristeza e incertidumbre. Jesús experimenta lo mismo y deja a su madre al cuidado del discípulo amado. El tiempo del final de la vida es un tiempo de relaciones, un tiempo en el que se deben derrotar la soledad y el abandono, en vista de una entrega confiada de la propia vida a Dios. Pero el dolor es existencialmente soportable solo donde existe la esperanza y esta es el amor que resiste a la tentación de la desesperación. El “estar” es uno de los signos del amor, y de la esperanza que lleva en sí la escena de la Cruz. El anuncio de la vida después de la muerte no es una ilusión o un consuelo sino una certeza que está en el centro del amor, que no se acaba con la muerte.

 

3.     El “corazón que ve” del Samaritano: la vida humana es un don sagrado e inviolable.

 

El Buen Samaritano nos enseña a ver desde la compasión, porque el que mira no se involucra en lo que observa y pasa de largo; en cambio, el que ve con un corazón compasivo se conmueve y se involucra, se detiene y se ocupa de lo que sucede. Este corazón ve dónde hay necesidad de amor y obra en consecuencia. Los ojos perciben en la debilidad una llamada de Dios a obrar, reconociendo en la vida humana el primer bien común de la sociedad. La vida humana es el valor fundamental, el primer bien porque es condición del disfrute de todos los demás bienes. El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico. 

 

4.     Los obstáculos culturales que oscurecen el valor sagrado de toda vida humana.

 

Algunos factores que limitan la capacidad de captar el valor profundo e intrínseco de toda vida humana son:

a.     Uso equivoco del término “muerte digna” en relación con el de calidad de vida: la vida es digna solo si tiene un nivel aceptable de calidad, es decir, cuando ésta parece pobre, no vale la pena prolongarla. No se reconoce que la vida humana tiene un valor por sí misma.

b.     Erronea comprensión de la compasión: para no sufrir es mejor morir: es la llamada eutanasia “compasiva”. En realidad, la compasión humana no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo en medio de las dificultades, en ofrecerle afecto, atención y medios para aliviar el sufrimiento.

c.       Individualismo creciente: que induce a ver a los otros como límite y amenaza de la propia libertad. El individualismo es la raíz de la soledad, enfermedad que se acrecienta cada día en nuestro tiempo. La idea de fondo es que cuantos se encuentran en una condición de dependencia y no pueden alcanzar la perfecta autonomía y reciprocidad son cuidados en virtud de un favor.

 

5.     La enseñanza del Magisterio.

Teniendo en cuenta que las leyes de la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido, están tomando más fuerza en los diferentes países, la iglesia ha levantado la voz considerando que:

§  La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido.

Se debe reafirmar como enseñanza definitiva, que la eutanasia es un crimen contra la vida humana porque, con tal acto, el hombre elige causar directamente la muerte de un ser humano inocente. La eutanasia, por lo tanto, es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia. 

§  La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico.

Éste reafirma la renuncia a medios extraordinarios y/o desproporcionados «no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte». La renuncia a tales tratamientos, que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida, puede también manifestar el respeto a la voluntad del paciente, expresada en las llamadas voluntades anticipadas de tratamiento, excluyendo sin embargo todo acto de naturaleza eutanásica o suicida.

§  Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación.

Principio fundamental e ineludible del acompañamiento del enfermo en condiciones críticas y/o terminales es la continuidad de la asistencia en sus funciones fisiológicas esenciales.

§  Los cuidados paliativos.

Estos son la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado, el símbolo tangible del compasivo “estar” junto al que sufre. Estos tienen como objetivo «aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad y de asegurar al mismo paciente un adecuado acompañamiento humano” digno, mejorándole – en la medida de lo posible – la calidad de vida y el completo bienestar.

§  El papel de la familia y los hospices.

En el cuidado del enfermo terminal es central el papel de la familia. En ella la persona se apoya en relaciones fuertes, viene apreciada por sí misma y no solo por su productividad o por el placer que pueda generar.

§  El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica.

Desde la concepción, los niños afectados por malformaciones o patologías de cualquier tipo son pequeños pacientes que la medicina hoy es capaz de asistir y acompañar de manera respetuosa con la vida. Su vida es sagrada, única, irrepetible e inviolable, exactamente como aquella de toda persona adulta. El proceso asistencial integrado, debe, junto al apoyo de los médicos y de los agentes de pastoral, sostener la presencia constante de la familia.

§  Terapias analgésicas y supresión de la conciencia.

En este sentido, la iglesia acepta este método de tratamiento teniendo en cuenta que no genera daño en el paciente, sino que por el contrario le permite estar tranquilo. Para disminuir los dolores del enfermo, la terapia analgésica utiliza fármacos que pueden causar la supresión de la conciencia (sedación). Desde el punto de vista pastoral, es bueno cuidar la preparación espiritual del enfermo para que llegue conscientemente tanto a la muerte como al encuentro con Dios.

§  El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia.

El compromiso del agente sanitario no puede limitarse al paciente, sino que debe extenderse también a la familia o a quien es responsable del cuidado del paciente, para quienes se debe prever también un oportuno acompañamiento pastoral. Este tipo de situaciones requieren que el paciente tome sus medicaciones y sus alimentaciones correspondientes.

§  La objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y de las instituciones sanitarias católicas.

§  El acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos.

§  El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido.

§  La reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios.

 

Conclusión.

 

El misterio de la Redención del hombre está enraizado de una manera sorprendente en el compromiso amoroso de Dios con el sufrimiento humano. Por eso podemos fiarnos de Dios y trasmitir esta certeza en la fe al hombre sufriente y asustado por el dolor y la muerte.

 

El testimonio cristiano muestra como la esperanza es siempre posible, también en el interior de la cultura del descarte. «La elocuencia de la parábola del buen Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente esta: el hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento». La Iglesia aprende del Buen Samaritano el cuidado del enfermo terminal y obedece así el mandamiento unido al don de la vida: «¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!». El evangelio de la vida es un evangelio de la compasión y de la misericordia dirigido al hombre concreto, débil y pecador, para levantarlo, mantenerlo en la vida de la gracia y, si es posible, curarlo de toda posible herida. No basta, sin embargo, compartir el dolor, es necesario sumergirse en los frutos del Misterio Pascual de Cristo para vencer el pecado y el mal, con la voluntad de «desterrar la miseria ajena como si fuese propia». Sin embargo, la miseria más grande es la falta de esperanza ante la muerte. Esta es la esperanza anunciada por el testimonio cristiano que, para ser eficaz, debe ser vivida en la fe implicando a todos, familiares, enfermeros, médicos, y la pastoral de las diócesis y de los hospitales católicos, llamados a vivir con fidelidad el deber de acompañar a los enfermos en todas las fases de la enfermedad, y en particular, en las fases críticas y terminales de la vida, así como se ha definido en el presente documento.

Reflexión personal

 1.   Te invitamos a que veas los siguientes videos sobre la Eutanasia desde la visión del discípulo misionero. 

Ø  Vaticano: el problema de la eutanasia es la soledad


Ø  Francisco denuncia que tras aborto y eutanasia hay “una falsa compasión”.


Ø  Video Noticia: Doctrina de la Fe publica «Samaritanus Bonus»


2.     Si deseas profundizar en el tema te dejamos el enlace de la carta Samaritanos Bonus

  OBJETIVOS PARA UN LAICADO EN SALIDA     El Concilio Vaticano II, en la carta magna del laicado, el Decreto Apostolicam actuositatem, sit...