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Nº 2
Objetivo: Presentar una breve
reflexión sobre esta pregunta tan valiosa y que nos mueve a todos aprender algo
más de la vida y obra de Jesús de Nazaret ¿Dónde aprendió Jesús lo que sabía?
Taller: Haz lectura con
atención y responde al final un ameno crucigrama con respuestas extraídas del
texto mismo. Éxitos
“¿Dónde aprendió Jesús lo que sabía?”
En realidad no poseemos testimonios ni indicios
directos. Tan solo suposiciones basadas en referencias. De hecho, los
Evangelios mencionan que sus contemporáneos se hacían la misma pregunta. Se
asombraban de su ciencia por varios motivos que veremos más adelante, pero
además porque no podían determinar en qué lugar o con quién había realizado sus
estudios, a diferencia del resto de los maestros de la ley. Esto queda
reflejado con claridad en el texto de Jn.7, 15. También en Mc.6, 2-3, donde
aparece subrayada la incredulidad burlona de sus propios coterráneos, que hacen
incluso referencia precisa a su oficio de carpintero. Esta actividad sí está
atestiguada con mayor seguridad por sus paisanos, sin provocarles mayores
sorpresas. Jesús era hijo del carpintero José y carpintero él mismo (el texto
ya citado de Marcos y Mt.13, 55). Era lo habitual en esa sociedad. Usualmente
la ocupación del padre se transmitía al hijo varón, y la costumbre estimulaba
la enseñanza de tales habilidades laborales. Incluso un dicho rabínico sostenía
que quien no enseñara un oficio a su hijo, le enseñaba a robar.
El término griego que es utilizado por los
evangelistas es tekton, aunque su significado no se reduce al trabajo del
ebanista, y se puede aplicar de igual modo a tareas relacionadas con la
construcción, en las que se manejaban diversos materiales, que incluyen la madera.
Parece claro que los textos más nuevos obviaron esa referencia al oficio, y
tomaron en cuenta aquel retintín desdeñoso. Así, Juan y Lucas sólo mencionarán
a José, sin precisar otros datos (Jn.6, 42 y Lc.4, 22).
En medio de una cultura marcadamente oral, bien
podía existir la posibilidad de un maestro que no supiera leer ni escribir (de
hecho, había en aquella región predicadores ambulantes de toda laya). Sin
embargo, intentaremos mencionar de forma sucinta las posibilidades reales de un
judío de esa época, artesano y proveniente de un pequeño y olvidado pueblo de
campo, en una región aislada y periférica como lo era Galilea, añadiendo lo que
nos transmiten los Evangelios para el caso de Jesús de Nazaret.
La piedad
de José
Un primer elemento importante para explicar la
instrucción religiosa de Jesús, y que dos evangelistas destacan, es el de la
piedad de José, que aparece como fiel cumplidor de la Ley. Mateo comenzará
definiéndolo (Mt.1, 19) como un hombre justo (en griego dikaios, o virtuoso,
que observa la ley divina) conocedor de la Torá, pero, sugestivamente, capaz de
recurrir a nuevas interpretaciones legales más misericordiosas, frente a la
posibilidad de lapidación de María, o su sometimiento a la humillante, injusta
y horrible prueba de las aguas amargas en ocasión de un embarazo confuso.
En varias oportunidades se destaca su peculiar
atención a lo que Dios le revelaba o pedía en sueños, al estilo clásico de los
patriarcas o profetas (Mt.1, 20-24; 2, 13-15.19-23). Esta actitud resulta
notable, si tenemos en cuenta la complicada situación a la que se veía sometido
él y su familia, y a los cambios dramáticos que suponía cada huida o
desplazamiento, sobre todo para un artesano pobre. Lucas resalta ese aspecto de atención a la
voluntad de Dios, a partir de su escucha al testimonio de personas sencillas
(Lc.2, 8-20). Un elemento característico de estos textos lucanos es la
referencia a la admiración que le causaba a José lo que oía y veía (el pasaje
mencionado y Lc.2, 33). Este elemento aparecerá con más fuerza al final de los
relatos de la infancia de Jesús, cuando se mencione de forma explícita que ni
María ni José entendían lo que estaba sucediendo (Lc.2,50). En medio de esa
extrañeza y desconcierto, resulta más admirable la sujeción de José, mediante
el cumplimiento riguroso de las normas y prescripciones legales. Así, aparece
circuncidando en término al recién nacido (Lc.2, 21) según requería el libro
del Levítico (Lev.12, 3) purificándose, y presentando al niño en el Templo
(Lc.22-24.27) en una referencia a prácticas conocidas y extendidas (Ex.13, 2.12
y 1 Sam.1, 22-24).
La sección, enfática en relación con el
cumplimiento de la Ley, se cierra con otra mención explícita a las visitas
anuales a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, y en ocasión de los doce años
de Jesús (Lc.2, 41- 42). Reiteramos que esto es muy significativo, si se
considera la situación de estrechez económica de la familia, reflejada con
claridad en el hecho de que, en ocasión de la consagración del primogénito, no
pudieran sino realizar la ofrenda de los pobres: dos pichones de paloma (Lc.2,
24). Otro elemento a destacar es el de la piedad tradicional y más bien
conservadora que manifiesta Santiago, uno de los hermanos de Jesús, en la
primera comunidad de Jerusalén (ver especialmente Gál.2, 12).
Existen algunos datos sugestivos con respecto a
la religiosidad de Nazaret. Si bien su nombre no figura en el Antiguo
Testamento, tenía reputación de sitio piadoso. Algunas inscripciones
encontradas en Cesarea hablan del asentamiento de grupos sacerdotales en
Nazaret luego del levantamiento judío. Hasta el presente, las excavaciones
arqueológicas realizadas allí, no han dado con indicios de cultos o símbolos
paganos.
Jesús crece en ese ambiente de devoción marcada
a las tradiciones de Israel. Resultaría muy difícil que esa piedad de José no
lo hubiera llevado a introducir al pequeño en el mundo de la Torá. De hecho,
buena parte de la educación religiosa de los niños se realizaba en sus propias
casas, en familia, sobre la base de la curiosidad de los niños, que había
llegado a estructurarse litúrgicamente. Podemos recordar aquí los textos
clásicos de Ex.13, 3-10.14; 12, 14; 12, 25-27; Dt.6, 20-25, en los cuales
aparece la pregunta de estos en relación con los gestos y palabras de los
mayores, y que sirven como referencia para hacer memoria de distintos hechos.
La conocida invitación con la que comenzaban muchos ritos (“Shemá Israel” /
“Escucha Israel”) es un magnífico ejemplo de la importancia que se otorgaba a
la capacidad de rescatar, generación tras generación, los acontecimientos
fundantes del Pueblo de Dios, a fin de ser aprendidos, memorizados, repetidos e
interpretados.
La educación, más o menos formal, giraba
siempre alrededor de la Biblia hebrea. En realidad el interés era religioso más
que cultural, y se había reforzado en épocas de amenaza o crisis, en particular
durante el exilio babilónico, en el cual surgió la sinagoga, y luego, a partir
de la resistencia macabea, alrededor del año 168 a.C. Se ofrecía en una escuela
básica o “casa del libro” (bet-ha-sefer) a la cual acudían los niños,
fundamentalmente varones, desde los 5 o 7 años de edad. Algunas de ellas
funcionaban en las mismas sinagogas, en casas aledañas, o estaban a cargo del
hazzan (suerte de sacristán). Desde los 13 años se abría para los más capaces y
dotados un nivel más complejo, en la denominada bet-ha-midrash, aunque debían
ser muy escasos los que podían concurrir allí a escuchar y aprender directamente
de los maestros de la ley.
Es difícil saber con exactitud hasta qué punto
este sistema de enseñanza estaba extendido por la región palestina en tiempos
de Jesús. Las opiniones varían, y es muy riesgoso dejarnos guiar por escritos
posteriores de tono optimista, que suelen idealizar el pasado, traspolando
prácticas escolares que sólo fueron frecuentes años más tarde, sobre todo
después del desastre que significó la destrucción del Templo de Jerusalén, en
el año 70 d.C. y la debacle definitiva del año 137 d.C.
Como dato significativo, e ilustrativo de lo
que expresamos, el vocablo “escuela” aparece una sola vez en el Nuevo
Testamento (Hch.19, 9), y en realidad como referencia a una institución griega
de Éfeso, en la cual Pablo decidió reunir a los creyentes considerando las
críticas de los que frecuentaban la sinagoga. Hemos visto ya otras relaciones
alusivas a alguna estructura de enseñanza, pero son indirectas. El texto con el cual Lucas cierra su sección
sobre la infancia de Jesús, condensa en una frase la experiencia que intentamos
analizar. Nos indica que el joven se desarrolló normalmente, creciendo en
gracia, sabiduría y estatura (Lc.2, 40.52). Esta referencia hace también un
franco hincapié en el proceso de formación e instrucción. Contrarresta de esa
manera algunas corrientes heréticas que aparecían ya en la iglesia primitiva,
negando la verdadera humanidad de Jesucristo. Según esas opiniones, y en
particular para lo que nos interesa respecto a su educación (gradual y
evolutiva) no habría tenido necesidad de aprendizaje alguno, conociendo todo en
todo momento. En ese sentido, otros textos neotestamentarios se ocupan de
advertir sobre los peligros y engaños de tales teorías.
El
contacto directo y la experiencia de su vida con el pueblo
La mayor parte de la vida de Jesús transcurrió
en el anonimato. Aparte de los escuetos relatos de la infancia, nada sabemos.
Sin embargo, existen elementos que nos pueden ayudar a delinear una cuestión
que consideramos fundamental: su proximidad y consonancia con el pueblo
sencillo y su cultura. Ya hicimos
mención a su actividad laboral como carpintero, con la cual sus conocidos lo
identificaban sin mayores dificultades. En realidad es muy probable que se
trate de algo un tanto más complejo que el ebanista o hacedor de muebles. El
vocablo tekton es amplio, y designa a la persona con una serie de habilidades
artesanales afines a la construcción. No sería descabellado suponer que
Séforis, por ejemplo, a una hora escasa de camino y sujeta a un proyecto de
reconstrucción por parte de Herodes Antipas, requiriera ese tipo de mano de
obra. De hecho, el universo de las construcciones aparece no pocas veces en sus
historias (Lc.14, 28-30; Mt.7, 24-27, etc.). Como sea, Jesús es reconocido por
sus contemporáneos como trabajador de un oficio rudo, que lo colocaba en
contacto directo y permanente con realidades muy diversas.
Es evidente que entiende bien de la tierra y
sus habitantes. Se debe advertir que los ejemplos utilizados en sus parábolas
reflejan su conocimiento de la vida del campo, y en particular del campo
galileo. Las casas son muy sencillas, de una sola habitación (Lc.11, 5-8). El
trabajo rural no es el de las planicies del sur, sino que está tomado del
entorno montañoso, con parcelas y corrales pequeños y cercados con piedras
(Mc.4, 4-7). En sus relatos se habla de ovejas, lobos, burros, bueyes, aves,
semillas, siembras y cosechas, flores silvestres, odres viejos, lámparas
caseras, niños, mercaderes y amas de casa. Las personas están sujetas a las
desventuras de guerras y desastres naturales. Las mansiones de los poderosos
son vistas “desde la cocina”, y en la perspectiva de los sirvientes. El mundo
del trabajo está presente en sus ejemplos, y de esa forma se muestran
asalariados, empleados despedidos, dueños despóticos, contratos y
administradores de todo tipo (Jn.10, 1- 18; Mt.20, 1-5; Lc.16, 1-2; Mt.24,
45-51; 25, 14-30, etc.) Jesús mira definitivamente la vida desde los ojos de
los pobres de la tierra (los anawim) lo cual revela no sólo una experiencia
profunda y particular, sino además una singular opción. Su ministerio público
se encuentra marcado por una constante movilidad, que lo lleva a estar casi
siempre rodeado de toda clase de personas.
Cuadernos teológicos (Encuentros con el Maestro – Pedagogía de
Jesús de Nazaret)
Alejandro Dausá (Págs. 16 – 20)
Muy, muy interesante y una Bendición tener acceso a estos textos.Quisiera que fueran muchísimas las personas beneficiadas, sobre todo las que no creen, creen débilmente o dejaron de creer. Muchas gracias!
ResponderBorrarMuy importante el esfuerzo de la Vicaría al facilitarnos escritos como el presente, que además de instruirnos, nos da la oportunidad de contestar preguntas que también no hemos hecho alguna vez.
ResponderBorrarImportante el acceso a estos subsidios para hacerlos circular en nuestras comunidades.
Gracias por el esfuerzo realizado.