(Del libro “Después de la pandemia ¿Qué
Catequesis?)
Andrés Boone, S.D.B.
Montevideo, Uruguay
En estos tiempos explotó internet como
agente principal de comunicación. La palabra zoom” parece ser la palabra mágica del momento.
Cambiamos el salón parroquial, el templo, las reuniones de grupo, por “zoom”. Internet
es como un gran supermercado con muchas ofertas de “misas on line”,
“cursos on line”, “charlas on line”,
“formación on line”, etcétera. Y a veces es difícil elegir
entre tantas alternativas. Pero, si bien se suspendieron muchas actividades a
todo nivel, nuestra agenda se llenó rápidamente con “encuentros” virtuales. Por
lo menos esto es cierto para los que tenemos internet y conexiones, porque en
realidad se abrió también una nueva brecha: entre los que “tienen internet” y
los que no lo tienen.
Y en este nuevo escenario, ¿dónde se
lleva a cabo la “acción que promueve y hace madurar la conversión inicial, educando
en la fe del convertido incorporándole a la comunidad de fe”? ¿Cómo el
catequista puede ser “testigo, comunicador, acompañante y mistagogo”? ¿Cómo
vive o vivirá la comunidad el distanciamiento social? Y la lista de preguntas
podría seguir.
Todavía estamos tratando de pasar de un “modelo
de cristiandad a un modelo eminentemente misionero, es decir, que no se cierre
sobre sí mismo en una pastoral centrípeta, sacramental y devocional, sino que
se abra a la evangelización como un proyecto orgánico, global y unitario para
manifestar, construir y hacer presente el Reino de Dios entre los hombres” y se
nos está presentando un nuevo escenario que no habíamos imaginado.
Y como catequistas formamos parte de este
nuevo escenario donde somos actores, y no solamente espectadores. Muchas veces
se nos piden respuestas que dan sentido a lo que estamos viviendo. ¿Cuáles son
las habilidades, competencias, actitudes, que tenemos que reforzar como catequistas
a fin de que siga resonando la voz de Dios que nos invita a construir su Reino
también en tiempo de pandemia?
Reflexionando y meditando encontré
algunas ideas. En el relato del encuentro entre Felipe y el eunuco (Hch 8,
26-40).
1. “Acércate y
camina junto a la carroza” (Hch 8,29)
Si bien estamos conectados a través de
los medios tecnológicos y distintas
plataformas, siento que hay una necesidad de cercanía, de caminar juntos
(respetando el distanciamiento sanitario). A mí me gusta esta invitación que se
le hizo a Felipe antes de su encuentro con el eunuco: “acércate y camina junto
a la carroza”. Es bueno y necesario acercarse al otro, más allá de que también
vamos en nuestra propia carroza.
El “caminar junto a la carroza” implica
salir de nuestra propia carroza, para ir a caminar al lado, respetando el ritmo
del otro, sin quedar atrás ni adelantarse. “Felipe la alcanzó y oyó…” (Hch
8,30). La actitud de Felipe nos indica que se esforzó no solamente para
alcanzar la carroza, sino también para escuchar. Al alcanzar la carroza del
otro, habrá que desarrollar un oído fino para escuchar lo que se dice. ¿Qué
escuchamos en este tiempo? ¿Cómo escuchamos? Necesitamos acallar nuestros
ruidos para tomar una actitud de escucha. Es la actitud que Jesús tenía con los
discípulos de Emaús, “¿De qué van conversando por el camino? ¿Qué ha pasado?”
(Lc 24, 27. 19b). Jesús sabía de lo que estaban hablando, lo había vivido en
carne propia, pero igualmente quería escuchar cómo los discípulos de Emaús lo
habían experimentado.
Va a ser necesario reconocer en el otro
sus sentimientos, pensamientos y emociones, dejando de lado en una primera instancia
nuestra propia experiencia. Dar al otro la palabra para que pueda expresarse,
para que pueda preguntar, dudar, cuestionar, hablar, callar. Es más que
escuchar, es experimentar, en cierta forma, los sentimientos y percepciones del
otro en carne propia. Y cuando pasa esto…
2. “…lo invitó a
subir y sentarse junto a él” (Hch 8, 31b)
Felipe es invitado a subir a la carroza.
Se comparte el mismo espacio vital, van al mismo ritmo. Felipe ya no tiene que preocuparse
del estado del camino, ni de la velocidad de su caminar, pues está en la misma
carroza en camino. Para esto, hay dos momentos previos: subir y sentarse junto
al otro. Subir a la carroza pide un esfuerzo, así como entrar en la vida del
otro pide un esfuerzo. En primer lugar, dejar el camino (mi propia carroza).
Y para subir a la carroza del otro no
podemos llevar nada, tenemos que dejar ciertas cosas atrás para poder usar
ambas manos a fin de agarrarnos bien a
esta nueva carroza. ¿Cuáles son aquellas cosas que tengo que dejar atrás? No
son solamente cosas materiales, son también (y más que nada) esquemas mentales,
respuestas a preguntas que nunca se hacen, prejuicios… Y ahí se recibirá la
invitación a “sentarse”. Sentarse implica
tomarse el tiempo, algo contradictorio en este tiempo en el que todo necesita
una respuesta “ya”.
Es el momento de dar sentido a lo que se
ha experimentado. Un sentido que no viene de afuera, sino del significado que
se da a la experiencia. Ahí está el inicio de un acompañamiento en el proceso
de crecimiento en la fe. Pero, como catequista, ¿sabemos acompañar a nuestro
interlocutor en este camino de fe? ¿O, más bien, estamos atados a un programa,
a contenidos? Y, más importante todavía, estando en mi carroza ¿me dejo
acompañar? ¿Invito a alguien a subir a mi carroza y a sentarse junto a mí? Será
en este acompañar que podemos acercar la
Palabra, y ojalá con la palabra justa.
3. “Mandó parar
la carroza, bajaron los dos…” (Hch 8, 38a)
Y todo esto para que se detenga la
carroza y bajemos. En el relato la detención es el momento en que el eunuco
pide el bautismo. Y luego “cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor
arrebató a Felipe” (Hch 8, 39).
Hay que salir de la carroza, no podemos
hacer de la carroza un lugar intimista; siempre se ha de tener la mirada hacia
afuera, hacia la comunidad. El acompañamiento tiene que llevar a este momento:
el encuentro (renovado) con la comunidad. ¡Qué lindo sería inventar creativamente algún símbolo, algún rito de
reencuentro! En el caso de Felipe con el eunuco fue el bautismo, pero no
siempre tenemos que estar pensando en la celebración de un sacramento.
Y, por fin, lo que me deja intrigado es
que “Felipe fue arrebatado” y del eunuco no se habla más en el texto. A veces
pienso en él, y más ahora en que, a veces, en nuestras conversaciones, aparece
gente desconocida que participa, que se alegra de habernos encontrado, pero luego se aleja y no las vemos
más.
A veces también pienso en Felipe. ¿No le
hubiera gustado continuar en el acompañamiento del eunuco? ¿Quizás formar una
comunidad? ¿Desaparezco para dejar que el otro siga creciendo en la fe?
“El
eunuco no lo vio más, y continuó su viaje muy contento” (Hch 8, 39b).
TALLER
1.
Haz una lectura detenida y consciente del
texto y responde:
ü ¿Qué
reflexión te deja del texto leído?
ü ¿Qué
retos tiene el tema de la catequesis en tu Parroquia?
ü Trata
de responder a las inquietudes que se presentan a lo largo del texto según, el
momento que estás viviendo.
2.
Busquemos las palabras referentes al
texto en la sopa de letras:
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