jueves, 27 de agosto de 2020

NL 15 ACOMPAÑAMIENTO PASTORAL DEL DUELO 1

 CENTRO DE LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN

 TEMA: PASTORAL DE LA ESPERANZA - ACOMPAÑAMIENTO PASTORAL DEL DUELO[1]

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 OBJETIVO: Identificar las características del acompañamiento a quienes se encuentran en duelo por la pérdida de un familiar o por el cambio abrupto de alguna situación de la vida.

 FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA:  Juan 11, 25

 “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mi, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en Mi, no morirá jamás.”

 La experiencia pastoral de acompañamiento a quienes h an perdido un ser querido y quedan heridos y sin horizonte, es impactante. A lo largo de los años se ha creído en la fuerza transformadora de la presencia, de la sacramentalidad cristiana, de la palabra que conecta con la existencia concreta y que ayuda a trascendernos, a vislumbrar lo que ordinariamente no aparece, hacia un umbral de sombras y misterios. La decadencia actual del ritual funerario revela la crisis de la dimensión espiritual de la vida, de los lazos afectivos entre parientes y amigos, de la memoria como pasajera en el sentimiento comunitario y la pérdida del horizonte del más allá.

 Resulta paradójico que la muerte esté por todas partes (televisión, cines, video-juegos) y se haya perdido la conciencia de la mortalidad. Hemos experimentado que los momentos en torno al duelo ofrecen un espacio privilegiado para que el acompañamiento pastoral pueda alumbrar una perspectiva esperanzada. Acompañar es estar o ir en compañía de otros. Para el doliente es importante sentir que alguien camina a su lado en los momentos oscuros y cuando está perdido. Necesita sentirse abrazado, escuchado, para ser reconfortado y encontrar una salida a su angustia. Mientras acompañamos, ni el otro ni nosotros nos sentimos solos, y ayudamos al otro a ser protagonista de su vida. El tiempo del duelo precisa de un apoyo psicológico adecuado para elaborar los diversos pasos que ayuden a superar esa etapa. Pero reclama también el alivio y consuelo que aportan las energías espirituales (fe, creencias, ritos); de ahí la trascendencia del acompañamiento espiritual en todo ese proceso. Significa una traducción de la compasión evangélica que implica calor humano y empatía en relación con la persona que está sufriendo la pérdida. El apóstol Pablo advertía a los primeros cristianos que, en medio de las lágrimas, no debemos desesperar como los hombres que no tienen esperanza; en Jesús resucitado estamos llamados a atravesar la cruz y la muerte. El duelo es una respuesta a un amor experimentado; queda su recuerdo, el agradecimiento y la oración.

 1.     1. duelo anticipado

El tiempo del duelo no comienza con la muerte de la persona amada. La enfermedad que se prolonga, las últimas etapas, la enfermedad terminal, suponen para los familiares un replanteamiento de sus relaciones con el que se va: ¿qué ha significado en mi vida, cómo ayudarle a superar la angustia, cómo despedirle, cómo prepararse para el después? Por otra parte al que se acerca a la muerte se le plantean las cuestiones más profundas y las intuiciones más esenciales rechazadas durante años. A nivel espiritual, el enfermo va a necesitar encontrar algunas respuestas al sentido de su vida, a su propia muerte, y al futuro que le espera más allá de la muerte. Es el momento de ayudarle a explicitar sus valores, creencias y su experiencia de fe que le den ánimo para superar los miedos y temores que le asaltan. Jesús mismo ha tenido que ir aceptando el destino de muerte que le estaba reservado. Tras el anuncio de su inmediata pasión en la última cena, Jesús se va a Getsemaní a rezar en una agónica vigilia para ser capaz de aceptar el cáliz que le ha sido reservado por la voluntad del Padre (cf. Lc 23,19). No hay que mentir al enfermo sobre su situación. Le sostiene estar calladamente junto a él, invocar a Dios para ayudarle a pasar la frontera, asegurarle que hay quien le espera amorosamente desde el otro lado, que encontrará la puerta abierta a la eternidad. No intentar retenerlo, darle permiso para irse en paz. Para estar cerca de estas situaciones, es importante dar relieve y tiempo a la pastoral de enfermos: cuando se les ha visitado con asiduidad es más fácil acompañar las diversas encrucijadas por las que atraviesan los enfermos y sus acompañantes o familiares.

 1.1.1  Visitar al enfermo

Caso: Pasaron el recado: “Javier desea que le visites en el hospital”. Tenía un cáncer de garganta, apenas podía hablar y le iban a practicar una operación muy arriesgada. Se le dedicó tiempo a la visita; con medias palabras y por señas, comunicaba su ansiedad, sus miedos. Se le escuchó con atención, se le apretó su mano para trasmitirle energía y calor. Se le animó: Dios te ha cuidado y protegido a lo largo de tus años. Ahora, desde tu debilidad, desde el corazón, invócale con estas palabras que ponemos en tus labios: “Hoy siento, Dios mío, que tu mano está conmigo en esta habitación del hospital. Te respiro y te vivo. Alivia mi dolor; quédate en mi pecho, no te vayas, tus manos son un amoroso nido para reconfortar mis penas”. El Señor te responde: “Javier, no temas, yo estoy contigo; te llevo tatuado en las palmas de mis manos, no defraudo a los que esperan en mi”. Rezamos el Padre nuestro y el Ave María, se le dió la bendición y se le entregó una copia de estas plegarias. Días más tarde, su esposa me confirmaba: “En la mañana repasa estas oraciones y pensamientos y se queda pacificado”. Ella se fue preparando para el fallecimiento de su esposo, cuatro meses más tarde.

 En muchas ocasiones, estamos llamados a ser “mediadores” entre el enfermo y su familia. El que va a morir lo sabe. Necesita de alguien que le ayude a formularlo. ¿Por qué le cuesta tanto decirlo? Acaso porque la angustia que percibe entre los suyos le impide hablar y le obliga a protegerlos. Los familiares dan por sentado que el enfermo no soportará la verdad; ignoran que ya la sabe y le obligan a sobrellevarla solo. Cuando se visita a enfermos, se debe pedir a los familiares que nos dejen a solas con el enfermo unos momentos. Él, entonces se desahoga, confía sus temores y angustias, quisiera despedirse de los suyos, pero no se atreve para no ahondar la herida de la próxima separación. En la visita domiciliaria a José se le acompaña, mientras la esposa sale a hacer algunos recados. Ante la sencilla pregunta: ¿Cómo estas, cómo llevas esta situación? responde: “Sé que estoy próximo a morir; me siento agradecido a la vida por todo lo que me ha regalado; quiero tener una reunión con mis hijos y mi mujer, para despedirme y confiarles mis últimos consejos”. Al reintegrarse su mujer a la conversación, él continúa explicando con serenidad estos propósitos. Se le da la comunión, se reza el Padre Nuestro con la pareja y se les entrega esta posible despedida para concluir la próxima reunión con sus hijos: “Queridos míos, no hay nada que temer, la muerte es solo un umbral como el nacimiento. El único recuerdo que me llevo es el de los amores que dejo. No se atormenten pensando en lo que pudo ser y no fue, en lo que debieron hacer de otro modo. A pesar de mi muerte, seguiremos en contacto, me llevarán dentro como una constante presencia. Seré su ángel protector”.

 2.    2. Celebrar el sacramento de la unción.

La celebración del sacramento de la unción ofrece otro momento pastoral intenso para preparar el tránsito y la despedida de los enfermos. La unción plasma el beso del Espíritu de Dios sobre las heridas, y sella el cuerpo frágil con la fuerza del aceite que restaura. Hay que ayudar al ámbito familiar para que faciliten ese gesto, superando la preocupación de no asustar al enfermo. A la postre lo van a agradecer porque aporta paz al enfermo. En el caso de José-María, no hubo que superar resistencias. El enfermo, con la esposa y los hijos, pidieron una celebración de la Eucaristía y la Unción en su casa. En el momento del ofertorio, el enfermo presentó el cáliz incorporando sus sufrimientos y su confianza como ofrenda a Dios Padre, que transformará la debilidad en sacramento de su presencia. La consagración actualiza la memoria del cuerpo roto y vida entregada y rehecha, y el testamento del amor que se verifica ahora en José-María. En el rezo del Padre nuestro, con las manos entrelazadas, se pidió el regalo de su Reino, y después de la comunión, en un momento de emoción contenida, la esposa y cada hijo expresaron sus sentimientos de gratitud, cariño y apoyo hacia el padre. Él añade unas palabras de despedida y les bendice. Concluimos con el himno: “Ando por mi camino pasajero, y, a veces creo que voy sin compañía, hasta que siento el paso que me guía, al compás de mi andar, de otro viajero. No lo veo pero está. Si voy ligero, él apresura el paso; se diría que quiere ir a mi lado todo el día, invisible y seguro el compañero. Y, cuando hay que subir monte (Calvario lo llama él), siento en su mano amiga que me ayuda, una llaga dolorosa”.

Al final, uno de los hijos que había temido mucho este encuentro, expresaba su experiencia de salir reconfortado.

3. Acompañar al que va a partir

Aquellos que tienen el privilegio de acompañar a un semejante en sus últimos momentos saben que entran en un espacio de tiempo muy íntimo. La persona, antes de morir, tratará de confiar a quienes la acompañan lo esencial de ella misma. Con un gesto, a través de una palabra, con la mirada, procurará transmitir aquello que de verdad cuenta y que no siempre ha podido o sabido decir. Una mujer joven, incapaz de formular palabras, pero que, a través de los abrazos y gestos de ternura se iba despidiendo de sus hijos pequeños. Con la ayuda de una presencia amiga a quien expresar el dolor y la desesperación, los enfermos llegan, a veces en pocos días, a abrazar su vida entera, a discernir la verdad que entraña. Es trascendental que la familia acompañe y rece junto al enfermo. La cercanía a la muerte es momento privilegiado para la oración y la plegaria en sus diversas formas. Jesús en Getsemaní, ante el sufrimiento que le invade y la muerte que se aproxima, se desahoga y se confía al Padre. Los cercanos pueden hacerse eco de los sentimientos del moribundo a través de las palabras recogidas de los Salmos: “Dios mío socórreme; mi suerte está en tu mano. Tú eres mi refugio y consuelo; a tus manos, Señor, encomiendo mi vida”. El sentirse mecido por esas manos amorosas abre un hueco en el muro de la muerte, confiando en que al otro lado seremos acogidos y puestos a salvo. Así lo confesaba la esposa de un recién fallecido: “En los últimos meses de su enfermedad, me enseñó la importancia de la aceptación, la entrega y la confianza para ser transcendidos. Cuando partió, de momento, deseé seguirle cediendo al dolor lacerante de mi corazón; mas superé la tentación de dejarme arrastrar por él, pensando en los hijos que me necesitaban; me ganó la confianza en que Dios que me seguiría sosteniendo”.

 

4.    4. Hacerse presente tras la muerte.

La muerte nos coloca ante el abismo de la separación: unos gritan su desesperación, otros rezan, otros se despiden con un dolor silencioso e indeleble en el alma, y otros formulan los sentimientos postreros que bullen en su corazón. Después de un fallecimiento, sentimos la necesidad de que nos acompañen, nos reconforten, nos expresen cariño y condolencias. Por eso, ante la muerte de un conocido, es importante acudir al lado de los suyos, visitarles, llevarles ayuda para sus primeras necesidades, disponibilidad para las tareas cotidianas. No es fácil expresar palabras oportunas, pero lo que importa es la presencia, el abrazo, la oración junto a ellos. En ocasiones, los dolientes necesitarán evocar a su difunto, recordar momentos y anécdotas de su vida, comentar las circunstancias de su muerte; resultará valioso escucharles y completar la imagen del difunto con ellos. El abrazo cálido de los amigos conforta y calma la angustia, hablar de él alivia la aflicción, llorar es desahogar el alma. Duele especialmente la huida de amigos o personas esperadas, porque se sienten confusos y no saben qué decir o hacer, y por eso ponen distancia. En nuestra tradición cristiana tenemos un acervo acumulado de símbolos, iconos, relatos, imágenes y palabras capaces de abrazar esas realidades humanas más hondas para arropar frente al temor y al desconcierto. Merece la pena caer en la cuenta del tesoro del que somos portadores, dejarnos tocar por la compasión y la necesidad de percibir un rayo de luz y de esperanza ante la noche de la muerte. Estamos llamados a ser mediación transparente de la presencia del Resucitado, que actúa sobre el difunto y sus deudos para infundir vida eterna. Los ritos cristianos y la liturgia de exequias celebran la memoria del difunto, afirman el valor de la vida y sitúan el acontecimiento de la muerte en el horizonte de la experiencia cristiana. 

 

Reflexión personal

 1.   Te invitamos a que veas el siguiente video sobre las características que se viven cuando estamos en procesos de duelo, especialmente por COVID.

 


 


 2.   Igualmente te motivamos a revisar los siguientes enlaces:

 



[1] Jesús García Herrero Capellán del Tanatorio de la M-30 (Madrid) MJ ESTUDIOS. 2018

 

 

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