Objetivo: Analizar la realidad de la catequesis en medio de esta situación de pandemia y revisar los retos a los que se enfrentan los catequistas para continuar con su labor de evangelización en medio de nuestras comunidades parroquiales.
Las ventajas de la incertidumbre ante
la armonía descontextualizada
Carolina López Castillo, O.C.V.[1]
San José, Costa Rica
Definitivamente este año 2020 será recordado por colocar a la humanidad en una posición de incertidumbre, cargado de respuestas vagas a preguntas inéditas. Y ante la oportunidad que me brinda el Instituto “Escuela de la Fe” de Chile de escribir algunas ideas acerca del papel que ha jugado la catequesis en medio de la crisis sanitaria que vive el mundo entero, ofrezco algunos pensamientos que nacen de lo que he percibido en medio del devenir de los acontecimientos que están enfrentando muchos directores de catequesis y catequistas de base.
a) Lo primero que apunto tiene que ver con el papel primordial de la catequesis en la educación de la fe, y cómo esta tarea se mantiene, aún en medio de la crisis que vivimos. Bien se sabe que las concepciones que desarrollan los interlocutores de la catequesis –desde cualquier ámbito o acción– referente a Dios, a Jesucristo, la conversión, la acción del Espíritu Santo, la Iglesia, la vida en comunidad, los valores cristianos, el ejercicio del servicio, entre otros, depende de lo que se transmite en la catequesis misma y de lo que logran o no, los catequistas, principalmente quienes trabajan de forma directa con los que aún recurren a estos procesos de formación. Los catequistas son los encargados de traducir la fe que se declara, en una fe aplicada por personas y comunidades. Lo preocupante resulta cuando se descubre una disociación entre las reflexiones que se van gestando en los órganos centrales que elaboran la catequesis, y los encuentros de catequesis que realizan directamente los catequistas. Esta brecha ha quedado aún más evidenciada por el momento coyuntural que vivimos ante el tema de la pandemia. Es decir, catequistas que de pronto y de la nada deben seguir respondiendo al desarrollo de encuentros formativos, pero ahora sin comunidad de vida, porque el distanciamiento social exige otra modalidad.
Por eso, a modo de reflexión, señalo varias rupturas que han tenido que enfrentar las personas catequistas de base, a manera de preguntas: los programas catequísticos basados en contenidos temáticos, ¿están facilitando u obstaculizando la vivencia de la fe que en este momento está en manos de las familias? La catequesis, ¿debería modificar los programas tradicionales en otros que planteen retos donde haya mayor unidad entre experiencia y contenidos? ¿Será que puede invitar a los interlocutores a que sean constructores de sus propias preguntas, trazar sus propias rutas de progreso a partir de la comprensión de la integración de vivencia y contenidos? ¿Cómo llevar la catequesis a una realidad más activa, creativa, que nazca de situaciones cotidianas y perspectivas conocidas y familiares para los catequizandos, donde los esquemas doctrinales no cierren la oportunidad a las prácticas transformadoras?
Lo que digo, es que, en la medida de lo posible, la catequesis debe conectar los temas que le son propios, con la realidad concreta de las personas, las familias y las comunidades, colocando al interlocutor como centro de todo el proceso de aprendizaje, para que tenga oportunidad de una participación protagónica y donde el Evangelio sea su referente real y significativo.
b) El segundo aspecto en el que me quiero detener es en el aspecto pedagógico. Seguimos pensando la educación de la fe desde lo tradicional, lo escolar, lo conocido, desde lacerteza, la tierra firme y llana. Pero, ¿qué sucede cuando ese terreno seguro se vuelve falso e incierto, como está sucediendo en este momento de la historia de la humanidad?
El fenómeno del virus, en sus causas y sus efectos, se puede explicar más por sus grados de complejidad y caos, que por las prácticas exitosas. Lo que estamos visualizando como una gran amenaza, no deja de ser similar a la naturaleza misma de la realidad en que viven muchas de las personas catequizandas, es decir, sus esquemas cotidianos resultan igualmente de complejos y caóticos, o, si se quiere, aún más que lo que nos ha dejado la pandemia. La complejidad de esta enfermedad solo es espejo de la naturaleza misma del acontecer humano. Ya la realidad social actual, con o sin virus, es bastante complicada en términos cotidianos, lo que complejiza aún más la educación de la fe. La catequesis debe comprender esto para trazar sus líneas pedagógicas, es decir, que los interlocutores de la catequesis son personas con realidades muy diversas, lo que repercute en pensar propuestas a partir de sus propias perspectivas de vida, de las problemáticas que las envuelven, las ilusiones que tienen, las expectativas que los llevan a búsquedas, a partir de su diario vivir.
Por eso creo que la catequesis debe familiarizarse con planos menos llanos, para moverse naturalmente dentro de espacios complejos e inciertos, lejos de contenidos predefinidos, creyendo que son los necesarios; más a partir de la formulación de preguntas generadoras o de aprendizajes significativos, para que los catequizandos establezcan sus propios retos existenciales. Para ello es necesario movilizar al catequizando a conocimientos más trascendentales, que generen capacidades y habilidades en su experiencia de vida. Cuando se logra comprender que la sociedad y sus individuos no son tan “armónicos”, también se puede comprender que la catequesis no debería formularse desde una propuesta “armónica”, sino que debería favorecer una metamorfosis positiva por medio de una pedagogía transformacional.
Actualmente la formación catequística e institucionalizada favorece conocimientos doctrinales, sin embargo, en lo que respecta a la experiencia humana, aún, en la parte más operativa y de base, puede estar dejando vacíos con deudas importantes para la sociedad, que cada día es más tecnificada y con necesidades y privaciones exclusivas. La catequesis tiene que ser más integral, para formular procesos que sean significativos y tomen en cuenta lo importante para las personas, y no sólo lo urgente de los itinerarios formativos. Abarcar este tipo de visión integral facilita la construcción de realidades fundamentadas en la solidaridad y otros valores de convivencia y participación.
Para finalizar, quiero resaltar que lo más difícil de cualquier proceso es el paso de deconstrucción de las visiones y prácticas, ya que requiere el ejercicio de discernir, disentir y cuestionar críticamente los sistemas establecidos e institucionalizados en manejos normalizados y perpetuados. No todos los catequistas en este momento se sienten con la fortaleza emocional para manejar lo que están enfrentando en estos tiempos de pandemia. Ante esto, con mayor razón la deconstrucción debe conllevar la participación de las personas involucradas y sus formas de interpretación, para que transformen su realidad, mediante un protagonismo constructivo de preguntas relevantes que sean parte de lo que están viviendo. De esta forma, el interlocutor de la catequesis podrá equilibrar entre las condiciones de vida y aquello que paulatinamente va reconociendo como valioso para su crecimiento espiritual.
El misterio del ser humano se ilumina en el misterio del Verbo encarnado, como nos lo recordó el Concilio Vaticano II, y es referente de la relación entre contenido cristiano y experiencia humana, más allá de la ruta metodológica mecanicista que se realiza, porque es lo que se conoce bien o está dentro de la zona de confort. Cristo, como centro, nos orienta a la transmisión de un mensaje evangélico orientador con acento en las experiencias humanas, desde el cual van a surgir preguntas que sean estimuladoras para alcanzar transformaciones de vida con significancia y pertinencia de acuerdo con el contexto, necesidades y características particulares. Todo dependerá de la reflexión que la institucionalidad de la catequesis facilite y de las habilidades de los catequistas para sacar ventaja de los principios de “nueva normalidad”.
[1] Virgen Consagrada de la Arquidiócesis de San José, y Asesora Nacional de Educación del Ministerio de Educación Pública de Costa Rica. carolinalopezcastillo21@gmail.com
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